Todo estaba en orden, todo era
seguro hasta que Helena
volvió a Serralles, el pueblo de todos los veranos de su infancia, y ya nada
importó… Ni si quiera su boda con el Juez Dredd. Allí el tiempo transcurre de otra manera, la luz es
distinta y las cosas que parecen importantes en la ciudad, pierden por completo
su poder. Pero lo que nuestra protagonista debería de haber sabido es que no
importa lo lejos que corras a esconderte, la vida siempre acaba por
encontrarte.
Cada vez que leo a Mónica Gutiérrez acabo
pensando lo siguiente; esta
autora no escribe, esta autora hace magia. De hecho, no sé cómo lo
hace, pero siempre consigue
que me reencuentre conmigo misma, pese a que ni siquiera fuera
consciente de lo perdida que estaba y, sobre todo, consigue recordarme las cosas importantes de la vida; el
poder que tiene un abrazo, los efectos de una sonrisa, la importancia de
rodearte de personas que te quieren por como eres…
“Todos los veranos del mundo”,
es una historia que nos
habla sobre la vida, el paso de los años y el recuerdo de los que ya no están. Pero
también, tiene entre sus páginas, la historia de amor más bonita que ha escrito esta autora hasta la
fecha. Nuestra Helena de Troya volverá a coincidir
después de veinte años con nuestro adorado Paris, más conocido como Marc. Y los dos niños que
llenaban cada calle de carcajadas, helados y carreras en bicicletas... volverán a
perderse en la magia las noches de verano. El problema es que nuestra
protagonista está a punto de casarse con otro hombre.
Un libro que nos hace reflexionar sobre los
cambios y el miedo que estos nos provocan y también nos deja pensando en las
decisiones; en el por qué o por quien decidimos tomarlas. Lo que es
correcto y lo que no. Y de verdad, me ha encantado ver la evolución que tiene
el personaje de Helena a
lo largo de las páginas. Ver como consigue volver a sentirse en paz consigo
misma, ver como decide apostar por su felicidad y, sobre todo, ver como vuelve
a conectar con cada miembro de su familia; su madre, sus hermanos, sus sobrinos…
Y hasta el vikingo de la floristería. Porque aquí, cada personaje cuenta.
Y aunque parezca mentira, esta es
la primera vez que no voy a recomendar leer a esta autora bajo el sonido de una
tormenta, atrapada entre las mantas y con una buena taza de chocolate. El
propio título te da una pista, pero por si te quedaba alguna duda, no pierdas la oportunidad de leer
este libro en verano, de hecho, creo que, a partir de ahora, lo
leeré cada uno de mis veranos y a poder ser con una buena copa de vino en la
mano, porque sin duda, se ha
convertido en uno de mis libros favoritos.
Una historia perfecta para
desconectar que consigue
atraparte con los cinco sentidos porque es muy fácil sentir cada
aroma, cada sabor… Ver a través de las páginas. De hecho, cuanta con una
ambientación que dan ganas de coger las maletas y viajar hasta la pequeña
localidad a pie de los Pirineos.
Pero, sinceramente, lo que no acabo de comprender es
como se ha podido hablar tan poco de este libro con lo bien escrito que está,
con lo fácil que resulta engancharse a sus páginas, con la historia tan bonita
que esconde en su interior… Y es que, solo le han bastado doscientas páginas a esta autora para
crear una novela a la que no le falta ningún detalle y ninguna pizca de magia.
Es tiempo de vendimia, tiempo para tomar el té en tu librería favorita, tiempo para aprender a volar… Así es “Todos los veranos del mundo” una novela dulce, entrañable… De esas que consiguen curarte por dentro y de esas que logran que te sientas mejor contigo misma.