Me apuesto lo que quieras a que los seres humanos solo tardamos veinticuatro horas en olvidarnos de vivir, pero vivir de verdad… Como si cada instante pudiese ser el último. Y es que solo somos conscientes de lo corta que es la vida cuando ocurre una desgracia a nuestro alrededor. De pronto, nos sentimos afortunados y juramos y perjuramos que vamos a cambiar, que vamos a pasar más tiempo en familia, vamos a viajar más, vamos a discutir menos y… Como he dicho antes, pasadas esas primeras veinticuatro horas, todo eso queda en el olvido y volvemos a perder el tiempo con tonterías…
Desde el momento en el que se conocieron, las noches de Madrid y los días en Ibiza llevan sus nombres. Ella siempre con un “no” por bandera. Él siempre con un “sí” entre sus labios. Juntos se darán cuenta de que un día sin sonreír es un día perdido y que los planes improvisados siempre salen mejor que los planeados, pero, sobre todo, Eva y Marc, descubrirán que hay momentos que deberían ser eternos.
Creo que no existen suficientes palabras de agradecimiento para darle las gracias a Megan Maxwell por este libro. Supongo que muchos pensaréis que estoy exagerando, pero creo que el mundo necesita más libros como estos. El tema que trata este libro no es fácil, todos nos acojonamos cuando escuchamos la palabra “cáncer”, pero esta autora nos da un punto de vista diferente que consigue que estas páginas se llenen de algo que nunca nadie debería de perder, la esperanza. Así que, por mí, que Megan Maxwell se tome siempre todas las licencias que quiera.
Nuestro protagonista masculino, Marc Sarriá, es un prestigioso cirujano oncológico que se dedica a salvar vidas, pero en este libro no solo lo veremos como médico, sino también como paciente. Y ver ambas perspectivas ha sido algo muy interesante. Aunque, sin duda, mi parte favorita ha sido en esa sala de espera en la que los desconocidos se vuelven amigos y el amor se convierte en algo incondicional.
Hay que ser positivos porque cuando lo somos tenemos el poder de convertir los problemas en retos y no en malditos obstáculos que no nos dejan avanzar. La autora se recrea mucho en este pensamiento y en lo fundamental que es mantener una actitud positiva en nuestro día a día. Y es que el personaje de Eva da un cambio gigante cuando empieza a cambiar la palabra, “no”, por el adverbio, “sí”. Ella es una chef profesional que se desvive por su trabajo, pero conocer a Marc, le hará replantearse todas sus prioridades… Y lo que me ha parecido un detalle por parte de la editorial es que en las últimas páginas de este libro podemos encontrar todas las recetas que cocina nuestra protagonista. ¡QUE APROVECHE!
La música de Bruno Mars será la encargada de dar voz a la historia de amor de Eva y Marc, dos personas que vienen de mundos diferentes, pero como la propia autora se encarga de recordarnos; el dinero no da la clase, ni la pobreza la vulgaridad. Además, en esta ocasión, no solo seremos testigos de un bonito romance, sino que también conoceremos de primera mano todos los problemas familiares que atraviesan los padres y hermanos de Eva, que ya os adelanto yo, que no son pocos.
Este libro está muy bien, de hecho, se lee rapidísimo porque es muy adictivo, pero he de decir, que no ha conseguido emocionarme. En ese sentido sí que es cierto que me han faltado mariposas en el estómago, me ha faltado que se me erizara la piel en algunas escenas y, sobre todo, me han faltado lágrimas y mira que el final de poco consigue matarme de un infarto, pero…
Insistir, resistir, vivir y nunca desistir. Creo que no podría acabar esta reseña de otro modo porque esto es justo lo que nos enseña Megan Maxwell en “Hay momentos que deberían ser eternos”. Un libro que te hará replantearte que la vida es mucho más que horarios y rutinas.
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