Hubo una vez un niño que no tenía a nadie y una tarde se encontró con la sonrisa mellada de una niña que decidió hacerle la merienda y comer con él… Toda historia tiene un principio y así es como comienza la del chico de papel y la chica de piedra.
“Flores de papel” de Silvia Ferrasse no solo se ha convertido en una de mis mejores lecturas del año, sino que es un libro que ha conseguido marcarme de por vida. ¿El motivo principal? Esta historia está escrita desde el corazón y eso es lo que hace que cada palabra de esta novela cobre vida propia.
Si hay algo que conoce Lara es el significado de la palabra, "pérdida". Trabajar, estudiar y cuidar de su abuela no está siendo fácil para ella, pero por suerte, cuenta con el cariño incondicional de Olimpia e Irene, sus vecinas y sus dos mejores amigas. Mujeres valientes que llenan cada capítulo de este libro de lealtad, amor y risas. Mujeres que tendrán que hacer frente a las nuevas obras del barrio desfavorecido donde viven y al arquitecto del programa de rehabilitación que pondrá la vida de Lara del revés.
Silvia Ferrasse sabe atravesarte el alma con sus palabras y con su forma de hacerte sentir toda clase de emociones. No es un libro fácil. Creo que hay que dejar esto muy claro porque mientras otras autoras se escudan en la fantasía para dar voz a la realidad, esta escritora se desgarra la garganta para dar visibilidad a lo que muchas veces pasa ante nuestros ojos y decidimos “ignorar". Como si el maltrato infantil, el consumo de sustancias, los desahucios, los comportamientos machistas, los comentarios racistas o la palabra, “marginal”… No tuvieran que ver con nosotros. Como si no tuviéramos el poder de detenerlo. De hacer algo… Por pequeño que sea. Es que no os podéis ni imaginar la cantidad de temas que se tratan en estas páginas y la fuerza con la que Silvia Ferrasse se enfrenta a ellos. De hecho, si hay algo que me ha gustado de esta novela es que existe MUCHA inclusión social en su interior.
Saúl se hizo arquitecto para poder darles a las personas el hogar que él nunca tuvo. Superar el pasado no es algo fácil, pero si quieres construir un futuro, debes empezar por alzar unos buenos cimientos. Para eso, no te hacen falta ladrillos ni cemento, lo que verdaderamente necesitas es hacer las paces con el niño que un día fuiste y hacer frente a todas tus decisiones. Y eso es justo lo que Saúl empezará hacer cuando sus ojos azules se crucen con los de Lara.
Por otra parte, otro de los temas que se trata en estas páginas es el del alzheimer. A través de doña Carmen, la abuela de Lara, seremos testigos de cómo esta enfermedad no solo afecta a la persona que lo sufre, sino que también veremos lo difícil que resulta para los familiares, vecinos y amigos que la rodean... Además, doña Carmen es un personaje MARAVILLOSO. Creo que la autora ha tenido una sensibilidad y una delicadeza exquisita a la hora de construir cada uno de sus protagonistas, pero sin duda, la abuela de Lara es especial por muchas razones. Y sí, esta podría ser una historia muy triste, pero la magia de este libro consiste en que pese a todo, es imposible dejar de sonreír.
Y no voy a negarlo… La verdad es que me he emocionado mucho leyendo este libro. La huella que dejan los abuelos en nuestras vidas. La importancia que tienen los pequeños gestos. El poder de la amistad. El sabor de los bizcochos de limón. Los miércoles de ceniza... Y el niño con la mirada más triste del universo. Y es que más que escenas que no olvidaré jamás, este libro me ha llenado la vida de nuevos recuerdos. De hecho, guardo en mi retina muchos instantes donde las flores de papel son las auténticas protagonistas porque si hay algo que me ha robado el corazón, ha sido descubrir el significado del título de esta novela.
Reivindicativo, sobrecogedor y lleno de esperanza. “Flores de papel” es sin duda, todo lo que está bien de este mundo. Una historia que sabe arroparte desde el primer instante y ofrecerte un hogar entre sus páginas.
