¿Y si el firmamento se
compusiera de recuerdos? Constelaciones que cuentan historias, instantes de
vidas pasadas que siguen brillando cuando despierta la Luna. Desafiando al
tiempo, a los años, a la distancia… ¿Y si alguien se atreviera a pintarlo? ¿Y
si alguien osara narrar su propia historia a través de las estrellas?
Fue en aquellos maravillosos años
sesenta cuando Valentina y Grabiel se vieron por primera
vez. Amor, sueños y una vida… El futuro
perfecto para dos locos enamorados, para dos rebeldes que decidieron desafiar
las normas de la época y para dos personas que supieron vencer las adversidades
para seguir formando un mañana juntos.
“El chico que dibujaba
constelaciones” es una preciosa historia de amor, pero también es un
viaje a través de las décadas. Y desde luego, que trasladarse a cada una de las
épocas ha sido de lo más sencillo gracias al buen trabajo de investigación que
ha hecho la autora. La mujer haciéndose más fuerte en la
sociedad, España llenándose de toda clase de cambios y la música que, a pesar
del tiempo, todavía no dejado de sonar.
Ver crecer y madurar la historia entre
Valentina y Grabiel ha sido algo precioso.
Pero gran parte de esta magia, reside, en la forma en la que Alice Kellen les da vida y narra la novela sin edulcorantes.
Como cuida hasta el mínimo detalle y como hace de escribir,
arte. Amor, rabia, locura, tristeza… y es que todavía sigo
sorprendida por la cantidad de sentimientos que han despertado en mí estas
páginas.
Uno de los mensajes que nos deja
la novela dice algo así como que los malos momentos también forman
parte de nosotros, de lo que somos… y tienen algo de bonito. Y a
pesar que todo el libro es digno de enmarcar, creo que esta parte en concreto
ha sido la que más me ha hecho reflexionar y más se ha quedado conmigo.
Una carta al amor, una
vida llena de recuerdos, estrellas… Creo que es la primera vez que un libro me
deja sin palabras de esta manera. Alice
Kellen vuelve atraparme en sus letras, al mismo tiempo que libera cada uno de mis
sentimientos... Y desde luego, que “El chico
que dibujaba constelaciones” no se merece cinco estrellas, sino que debería
de tener su propio firmamento.
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